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Historias de Mitología

Hay noches en las que el mundo parece estar hecho de otra sustancia.
No es más blando, ni más sabio, pero sí más atento. Como si la realidad, por un momento, se permitiera escuchar.

Uno se sienta en un café —no de esos con música fuerte y nombres en inglés—, sino en los que el mozo conoce la tristeza de los parroquianos y la cafetera hace ruido como una vieja que se queja. Y ahí, sin aviso, aparecen las historias. No las de hoy, sino las de antes. Mucho antes.

Historias que nacieron cuando aún no sabíamos por qué llueve o por qué morimos, y alguien —un sabio, un anciano, un mentiroso talentoso— decidió inventar una explicación.

Y así nacieron los mitos.

Relatos que no buscaban convencer, sino maravillar. Que ofrecían respuestas bellas, aunque no precisas. Que hablaban de dioses, monstruos, héroes y castigos, como quien cuenta un sueño que no puede olvidarse del todo.

Algunos subían al cielo en alas de cera.
Otros bajaban al infierno con una lira en la mano.
Los había que jugaban con el trueno, o que tejían destinos invisibles desde la sombra.

No eran reales, claro.
Pero eso no los hacía menos importantes.

Porque la mitología no es un registro histórico.
Es una forma de organizar la imaginación.
Es lo que las culturas usaron —antes de los microscopios, antes del GPS, antes de Google— para decir: “Esto que no entiendo, lo voy a contar de otro modo.”

Este blog nace de esa intención: recorrer mitos, no como si fueran sagrados, sino como si fueran relatos maravillosos, útiles para entender cómo se contaban el mundo los que nos precedieron. Sin solemnidad, sin necesidad de creer, pero con el deseo de disfrutar.

Y si alguna vez, leyendo uno de estos textos, sentís que algo en vos se detiene un instante —como si una historia antigua te tocara el hombro—, no te preocupes.
Es solo la ficción haciendo su trabajo.
Y quizás, con un poco de suerte, aún lo hagan.

¿Qué es la mitología y por qué debería importarnos?

La mitología, dicen los académicos, es el conjunto de relatos que un pueblo se inventa para explicarse el mundo. Pero uno sospecha que la definición no alcanza. Porque los mitos no se explican, se escuchan como quien escucha una historia que no necesita ser cierta para ser fascinante.

Una mitología no es un archivo de datos.
Es una caja de relatos que nos cuentan cómo se imaginaban la existencia quienes vinieron antes.
Es una forma de organizar el misterio cuando aún no había telescopios, ni microscopios, ni teorías del caos.

¿Por qué llueve?
¿Por qué nacen las estaciones?
¿Por qué hay dolor, alegría y sueños que parecen venir de otro plano?

La ciencia —y que los dioses, ficticios o no, la celebren— nos dice cómo funciona el universo.
La mitología, en cambio, nos recuerda cómo lo soñábamos antes de entenderlo.
Y en ocasiones, incluso ahora, nos ofrece metáforas tan potentes que sobreviven a la literalidad.

Pensar en mitos no es asunto de sacerdotes ni de creyentes.
Es asomarse a las estructuras narrativas que tejieron culturas enteras, con sus valores, sus miedos y sus anhelos.
Es revisar los relatos que acompañaron a pueblos enteros en sus dudas, sus guerras y sus celebraciones.

¿Acaso no te resulta interesante que, sin conocerse, civilizaciones de continentes opuestos imaginaran tormentas como castigos divinos, o serpientes gigantes custodiando secretos?
¿No es curioso que tantas culturas hayan intuido que el mundo tenía un origen, un fin y una explicación simbólica?

Eso es la mitología.
Una galería de explicaciones poéticas.
Un mapa simbólico del mundo anterior a la razón.

Y por eso nos importa.
No porque sea real, sino porque nos muestra cómo solíamos pensar antes de saber.
Y porque, en el fondo, entender cómo narraban los otros es también una forma de entendernos a nosotros mismos.

El desfile de los dioses

Si uno se queda en silencio —pero un silencio profundo, de esos que sólo se consiguen en la madrugada o en una biblioteca abandonada—, puede oír un rumor.
No es viento.
No es eco.
Es el sonido de un desfile antiguo, donde los estandartes no llevan banderas, sino símbolos, lenguas perdidas y metáforas olvidadas.

Porque la mitología no es una sola.
Es un teatro universal, con muchos escenarios, idiomas y supersticiones.
Y los dioses, aunque distintos, siempre entran en escena con gestos grandiosos, como si el mundo dependiera de su entrada triunfal.

🇬🇷 Grecia: El drama en verso mayor

En la mitología griega, los dioses se parecen a nosotros… pero con presupuesto ilimitado.
Zeus lanza rayos y comete infidelidades con entusiasmo.
Atenea nace de una cabeza.
Dionisio organiza fiestas que terminan mal.

Todo es tragedia, pasión, justicia torcida y castigos creativos.
Una cultura que supo convertir errores humanos en leyendas inmortales.

❄️ Nórdicos: La épica del invierno

Más al norte, los mitos vikingos huelen a madera mojada, a fuego lento y a cerveza caliente.
Odín lo sacrifica todo por sabiduría.
Thor rompe cosas.
Loki las complica.

Y al final, todo se dirige sin remedio al Ragnarök, el apocalipsis que no se posterga.
No hay redención. Hay destino.

🐍 Egipto: La geometría del misterio

En el Valle del Nilo, los dioses tienen cuerpo humano y cabezas de animal.
Horus vigila con ojo de halcón.
Anubis pesa corazones.
Isis recompone lo que ha sido desmembrado.

Todo en Egipto es símbolo. Hasta el silencio.
Y sus mitos parecen diseñados por arquitectos cósmicos con inclinaciones rituales.

🌋 Mesoamérica: Sangre, sol y sincronía

Los pueblos mayas y aztecas crearon mitos donde el tiempo es un dios hambriento.
Cada día requiere un sacrificio.
Cada eclipse, una explicación.
Cada ciclo cósmico, un nuevo relato.

Quetzalcóatl sopla la vida.
Huitzilopochtli exige disciplina.
Y la creación siempre está al borde de ser deshecha y rehecha, como una promesa inquieta.

🔥 India: El infinito como costumbre

En la mitología hindú, el universo no empieza ni termina: respira.
Brahma lo crea.
Vishnu lo sostiene.
Shiva lo destruye bailando.

Pero no hay tragedia: solo ciclos.
Como si el mundo fuera una sinfonía que se repite con variaciones eternas.

🌊 Otras costas, otros mitos

  • En Japón, los dioses se esconden en las montañas, o en la sombra de los cerezos.
  • En África, los relatos se cruzan entre dioses viajeros, animales parlantes y sabidurías tribales.
  • En Oceanía, el mar habla, y los ancestros navegan con las estrellas.

Cada cultura tejió sus relatos con lo que tenía: barro, viento, estrellas, miedo.

Para qué sirve un mito (y este blog)

Uno podría preguntarse —con justa razón— para qué sirven estas historias.
Después de todo, nadie necesita hoy una diosa para explicar la primavera, ni un dios del trueno para justificar una tormenta.

Y sin embargo, seguimos contándolas.
Porque en el fondo, aunque sepamos que no son ciertas, nos gusta pensarlas como si lo fueran por un momento.
Porque los mitos no reemplazan al conocimiento: lo acompañan.
Y lo embellecen.

Este blog no pretende restaurar lo sagrado, ni tampoco burlarse de él.
Pretende narrar.
Contar los mitos como lo que fueron: inmensas ficciones compartidas que, con su poesía, nos dejaron pistas sobre cómo era pensar el mundo antes del mundo moderno.

Aquí hablaremos de héroes que fracasan, de dioses que se contradicen, de criaturas imposibles y explicaciones absurdamente bellas.
Y si al leer alguno de estos relatos te parece descubrir un patrón, un eco, una metáfora que todavía funciona… eso ya será un pequeño milagro narrativo.

Nada más.

Bienvenido al lugar donde estos dioses no existen, pero aún así siguen hablando.